El dia terminaba; el aire de la noche invitaba á descansar de sus fatigas á los seres animados que existen sobre la tierra, y yo solo me preparaba á sostener los combates del camino y de las cosas dignas de compasion que mi memoria trazará sin equivocarse.
¡Oh Musas! ¡oh alto ingenio! venid en mi ayuda: ¡oh mente, que escribiste lo que vi! ahora aparecerá tu nobleza.
Yo comencé: —«Poeta, que me guias, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de aventurarme en tan profundo pasaje. Tú dices que el padre de Silvio[1], aun corruptible, pasó al siglo inmortal, y pasó sensiblemente[2]. Pero quizá el adversario de todo mal le fué favorable, pensando en los grandes efectos que de él debian sobrevenir: ¡qué gentes y qué clase de gentes![3]»
No parece esto injusto á un hombre de talento; pues en el Empíreo fué elegido para ser el padre de la fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, á decir verdad, fueron establecidos en favor del sitio santo en donde reside el sucesor del gran Pedro. Durante este viaje, por el que le