«Por mí se va á la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó á mi sublime arquitecto; me hizo la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría, y el primer Amor[1]. Antes que yo no hubo nada creado, á excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!»
Ví escritas estas palabras con caracteres negros en el dintel de una puerta, por lo cual exclamé: — «Maestro, el sentido de estas palabras me causa pena.»
Y él, como hombre lleno de prudencia, me contestó: — Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías á la dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia[2].