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LIBRO CUARTO

corren llevando redes de malla, trampas, venablos de anchas hojas, con cuadrillas de perros de sútil olfato.

Los gefes Fenicios en la portada del palacio aguardan á la Reina que aún estaba en su lecho. El caballo de ella la espera enjaezado de oro y púrpura, tascando fiero el espumante freno. Al fin Dido sale entre un grande acompañamiento, cubierta con la Clamyde Sidonia de bordadas orlas: caele del hombro la aljaba de oro: trenzas de oro anudan sus cabellos, y su purpúreo vestido está sujeto con broches de oro. Marchan tambien acompañándola los Troyanos, y Iulo lleno de contento.

El mismo Eneas, mas hermoso que todos, se reune al séquito y ponese al lado de ella. Tal como Apolo cuando deja la helada Licia y las corrientes del Xanto, y á ver vuelve la materna Delos, cuando renueva las fiestas, y los Cretenses y Driopes y los pintados Agatirses mezclados juntos cantan himnos al derredor de las altares, y él marcha por las cumbres del Cinto recojida su larga cabellera, entrelazada con trenzas de oro y ceñida con un lijero ramo, y los dardos del carcaxvan resonando en sus espaldas; - con no menos gracia marchaba Eneas, é igual nobleza brillaba en su hermoso rostro.

Despues que hubieron llegado á los altos montes, y á 1 as inaccesibles guaridas de las fieras, he ahí que las cabras montaraces echadas de las cimas de los peñascos, huyen corriendo por las breñas. En otras partes los rebaños de ciervos abandonando las montañas disparan por