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LA ENEIDA

las riendas en la mano. Su cabeza y sus cabellos se arrastran por el suelo, y la lanza que lleva clavada deja el rastro en la arena.

Entretanto las Troyanas, sueltos los cabellos, é hiriendose el pecho con las manos, iban al templo de la irritada Palas, y abatidas y con aire suplicante, llevaban el manto de la Diosa; pero Palas inflexible aparta su vista, manteniendo los ojos fijos en la tierra[1].

Aquiles arrastraba tres veces á Héctor al rededor de las murallas de Troya, y vendía á precio de oro su yerto cadáver. Entonces lanza un profundo gemido de lo intimo de su corazon, lo que mira los despojos, el carro, el cadáver mismo de su amigo, y á Priamo que tendia al fiero Mirmidon sus inermes manos.

Allí tambien se reconocid å si mismo, mezclado en el combate en medio de los principes Griegos, y distinguió las falanges del Oriente y los estandartes del negro Memnon[2].

Vírgen Pentiselea se atreve á combatir con los mas fuertes varones, y enfurecida va á la cabeza de los batallones de Amazonas armadas con escudos en forma de creciente. La guerrera ceñida la banda de oro bajo el desnudo pecho, pelea ardiente en medio de las huestes.

Mientras que el Troyano Eneas admira estos cuadros, y lleno de asombro se fija solo en el objeto que tiene á la vista, la Reina Dido, de bellísimo rostro, entra en el templo seguida de un numeroso acompañamiento de