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L A F A N F A R L O

años de práctica, tenían la gracia profunda y decente de la mujer honesta; en el fondo de sus ojos brillaba todavía, en pequeños intervalos, la húmeda fantasía de una joven muchacha. Iba y venía habitualmente acompañada por una elegante criada, cuyo rostro y aspecto delataba más bien a la confidente y dama de compañía que a la sirvienta. Parecía buscar los lugares más solitarios, y tristemente se sentaba con actitud de viuda, teniendo a veces entre sus distraídas manos un libro que fingía leer.

Samuel la había conocido en los alrededores de Lyon, joven, alerta, traviesa y más delgada. A fuerza de observarla y, por así decirlo, de reconocerla; había desempolvado de su imaginación uno a uno todos los recuerdos interesantes referentes a ella. Se contaba a sí mismo, detalle a detalle, toda esa historia de juventud que, desde entonces, se había perdido entre las preocupaciones de su vida y el dédalo de sus pasiones.

Aquella tarde él la saludó, pero con mucho cuidado