–aunque la conversación empezó bruscamente– Samuel tuvo la extraña alegría de encontrar a una persona dispuesta a escucharlo y a responderle.
–¿Tendré la dicha, señora, de estar todavía alojado en un rincón de su memoria? ¿He cambiado tanto que no ha podido usted encontrar en mí al compañero de infancia, con el cual se dignó jugar a las escondidas y hasta faltar sin permiso a la escuela?
–Una mujer, –respondió ella con una pequeña sonrisa– no tiene derecho a reconocer fácilmente a las personas; es por eso que le agradezco, señor, el haberme dado la ocasión de evocar esos bellos y alegres recuerdos. Además… cada año trae consigo tantos eventos y pensamientos… y me parece que han pasado verdaderamente muchos años, ¿no es cierto?
–Años, –replicó Samuel– que para mí fueron unas veces muy lentos, otras prontos