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L A F A N F A R L O

a las grandes mariposas; el viento cálido abre las flores nocturnas; el agua de los grandes estanques duerme. Escuche, en su espíritu, los súbitos valses de aquel piano misterioso. El perfume de la tormenta entra por la ventana. Es la hora en que los jardines se llenan de vestidos rosas y blancos que no temen mojarse. Los complacientes matorrales enganchan faldas fugitivas, el cabello castaño y los rizos rubios se mezclan turbulentamente. ¿Lo recuerda aún, señora, enormes ruedas de heno, en las que tan rápidamente descendíamos; la vieja nodriza, tan lenta al perseguirla; y la campana, tan pronta a llamarla bajo el ojo vigilante de su tía, en el gran comedor?

Madame de Cosmelly interrumpió a Samuel con un suspiro, iba entonces a abrir su boca, sin duda para impedir que continúe; pero él ya había retomado la palabra.

–Pero lo más desolador –dijo él–, es que todo amor tiene siempre un mal final, siendo tan malo como divino y