alado fue al principio. No hay sueño, por ideal que haya sido, que no reencontremos con un niño glotón prendido en el pecho; no hay retiro, ni casita encantadora y apartada, que la piqueta no logre derribar. ¡Y aún esta destrucción es totalmente material! Existe otra más despiadada y secreta aún que ataca a las cosas invisibles. Imagine que en el momento en que usted se apoya sobre el ser de su elección y le dice: “¡Volemos tú y yo a buscar juntos el final del cielo!”, una voz implacable y seria se inclina a su oído para decirle que nuestras pasiones son falsas, que es nuestra miopía la que hace a los rostros hermosos y nuestra ignorancia la que hace a las almas bellas, y que necesariamente llega el día en que el ídolo, al ser visto con claridad, ¡no es más que un objeto, no de odio, sino de desprecio y de asombro!
–¡Se lo ruego, señor! –dijo Madame de Cosmelly.