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Página:La Fanfarlo.djvu/60

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L AF A N F A R L O

ahora dárselas de astuto; le habló por un rato, con su dialecto de seminarista aún presente, de heridas a cerrar y a cauterizar mediante la abertura de nuevas llagas que sangrarían largamente y que no producirían dolor alguno. Cualquiera que haya querido, sin tener la fuerza absoluta de Valmont o de Lovelace, poseer a una mujer honesta y confiada, sabe con qué risible y enfática torpeza uno ofrece su corazón diciendo: “Tómelo, mi corazón es suyo”; –eso me dispensará de explicarles lo tonto que fue Samuel–. Madame de Cosmelly, aquella amable Elmira que poseía el juicio claro y alerta de la virtud, dilucidó rápidamente el partido que podía sacar de nuestro ingenuo canalla, para felicidad propia y para dignidad de su marido. Le pagó, pues, con la misma moneda; dejó primeramente que le apretara las manos, comenzando luego a hablarle de amistad y de cosas platónicas. Entonces le murmuró la palabra venganza; dijo que una mujer, en dolorosas crisis como ésta, le daría con gusto a su vengador el poco corazón que el pérfido le hubiera dejado; y