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L A F A N F A R L O

acostumbrado a ese lenguaje místico, saturado de impurezas y crudezas enormes. Aquello tenía al menos el atractivo de la novedad.

La súbita pasión de la bailarina había causado un escándalo. Hubo varias cancelaciones de espectáculos, la Fanfarlo descuidó sus ensayos; muchos envidiaban a Samuel.

Una noche en que el azar, el tedio del señor de Cosmelly o una serie de artimañas de su mujer los había reunido junto al fuego, después de uno de esos largos silencios que tienen lugar en las parejas que ya no tienen nada que decirse pero sí mucho que ocultarse; después de haberle hecho el mejor té del mundo, en una tetera bastante modesta y resquebrajada, quizás todavía del castillo de su tía; después de haber cantado bajo los acordes de un piano algunos fragmentos de una música en boga diez años atrás; ella le dijo, con la voz dulce y prudente de la virtud que quiere ser amable y teme espantar al objeto de sus afectos, que lo compadecía mucho y que había llorado mucho, más por