belleza gruesa, limpia, lustrada y astuta, una especie de cortesana ministerial. Un día de estos comulgará por las pascuas y repartirá el pan bendito en su parroquia. Tal vez para aquella época, Samuel, muerto de pena, estará bien enterrado, como solía decir en sus buenos tiempos, y la Fanfarlo, con sus aires de canonesa, hará perder la cabeza a algún joven heredero. Mientras tanto, aprende a traer niños al mundo; acaba de parir felizmente un par de gemelos. Samuel ha sacado a la luz cuatro libros científicos: uno sobre los cuatro evangelios, otro sobre el simbolismo de los colores, una memoria sobre un nuevo sistema de anuncios, y un cuarto del que no quiero recordar ni el título. Lo más espantoso de este último es que está lleno de elocuencia, energía y curiosidades. Samuel hasta tuvo el descaro de ponerle como epígrafe: “Auri sacra fames!” La Fanfarlo quiere que su amante ingrese al Instituto e intriga al ministerio para que le den la cruz.
¡Pobre cantor de las Osífragas! ¡Pobre Manuela