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Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/111

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CANTO SÉPTIMO

sobre el mar, encrespa las olas, y el ponto negrea; de semejante modo sentáronse en la llanura las hileras de aquivos y teucros. Y Héctor, puesto entre unos y otros, dijo:

67 «¡Oídme, teucros y aqueos, de hermosas grebas, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! El excelso Saturnio no ratificó nuestros juramentos, y seguirá causándonos males á unos y á otros, hasta que toméis la torreada Ilión ó sucumbáis junto á las naves, que atraviesan el ponto. Entre vosotros se hallan los más valientes aqueos; aquel á quien el ánimo incite á combatir conmigo, adelántese y será campeón con el divino Héctor. Propongo lo siguiente y Júpiter sea testigo: Si aquél con su bronce de larga punta consigue quitarme la vida, despójeme de las armas, lléveselas á las cóncavas naves, y entregue mi cuerpo á los míos para que los troyanos y sus esposas lo suban á la pira; y si yo le matare á él, por concederme Apolo tal gloria, me llevaré sus armas á la sagrada Ilión, las colgaré en el templo del flechador Apolo, y enviaré el cadáver á los navíos, de muchos bancos, para que los aqueos, de larga cabellera, le hagan exequias y le erijan un túmulo á orillas del espacioso Helesponto. Y dirá alguno de los futuros hombres, atravesando el vinoso mar en un bajel de muchos órdenes de remos: Esa es la tumba de un varón que peleaba valerosamente y fué muerto en edad remota por el esclarecido Héctor. Así hablará, y mi gloria será eterna.»

92 De tal modo se expresó. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos, pues por vergüenza no rehusaban el desafío y por miedo no se decidían á aceptarlo. Al fin levantóse Menelao, con el corazón afligidísimo, y los apostrofó de esta manera:

96 «¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueas, que no aqueos! Grande y horrible será nuestro oprobio si no sale ningún dánao al encuentro de Héctor. Ojalá os volvierais agua y tierra ahí mismo donde estáis sentados, hombres sin corazón y sin honor. Yo seré quien se arme y luche con aquél, pues la victoria la conceden desde lo alto los inmortales dioses.»

103 Esto dicho, empezó á ponerse la magnífica armadura. Entonces, oh Menelao, hubieras acabado la vida en manos de Héctor, cuya fuerza era muy superior, si los reyes aqueos no se hubiesen apresurado á detenerte. El mismo Agamenón Atrida, el de vasto poder, asióle de la diestra exclamando:

109 «¡Deliras, Menelao, alumno de Júpiter! Nada te fuerza á cometer tal locura. Domínate, aunque estés afligido, y no quieras luchar