Ir al contenido

Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/113

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
107
CANTO SÉPTIMO

su robustez. ¡Cuán pronto Héctor, de tremolante casco, tendría combate! ¡Pero ni los que sois los más valientes de los aqueos todos, ni siquiera vosotros, estáis dispuestos á hacer campo contra Héctor!»

161 De esta manera los increpó el anciano, y nueve en junto se levantaron. Levantóse, mucho antes que los otros, el rey de hombres Agamenón; luego el fuerte Diomedes Tidida; después, ambos Ayaces, revestidos de impetuoso valor; tras ellos, Idomeneo y su escudero Meriones, que al homicida Marte igualaba; en seguida Eurípilo, hijo ilustre de Evemón; y, finalmente, Toante Andremónida y el divino Ulises: todos éstos querían pelear con el ilustre Héctor. Y Néstor, caballero gerenio, les dijo:

171 «Echad suertes, y aquel á quien le toque alegrará á los aqueos, de hermosas grebas, y sentirá regocijo en el corazón si logra escapar del fiero combate, de la terrible lucha.»

175 Tal fué lo que propuso. Los nueve señalaron sus respectivas tarjas, y seguidamente las metieron en el casco de Agamenón Atrida. Los guerreros oraban y alzaban las manos á los dioses. Y algunos exclamaron, mirando al anchuroso cielo:

179 «¡Padre Júpiter! Haz que le caiga la suerte á Ayax, al hijo de Tideo, ó al mismo rey de Micenas, rica en oro.»

181 Así decían. Néstor, caballero gerenio, meneaba el casco, hasta que por fin saltó la tarja que ellos querían, la de Ayax. Un heraldo llevóla por el concurso y, empezando por la derecha, la enseñaba á los próceres aqueos, quienes, al no reconocerla, negaban que fuese la suya; pero cuando llegó al que la había marcado y echado en el casco, al ilustre Ayax, éste tendió la mano, y aquel se detuvo y le entregó la contraseña. El héroe la reconoció, con gran júbilo de su corazón, y tirándola al suelo, á sus pies, exclamó:

191 «¡Oh amigos! Mi tarja es, y me alegro en el alma porque espero vencer al divino Héctor. ¡Ea! Mientras visto la bélica armadura, orad al soberano Jove Saturnio, mentalmente, para que no lo oigan los teucros; ó en alta voz, pues á nadie tememos. No habrá quien, valiéndose de la fuerza ó de la astucia, me ponga en fuga contra mi voluntad; porque no creo que naciera y me criara en Salamina, tan inhábil para la lucha.»

200 Tales fueron sus palabras. Ellos oraron al soberano Jove Saturnio, y algunos dijeron mirando al anchuroso cielo:

202 «¡Padre Júpiter, que reinas desde el Ida, gloriosísimo, máximo! Concédele á Ayax la victoria y un brillante triunfo; y si amas tam-