cando ambos las luengas lanzas de los escudos, acometiéronse como carniceros leones ó puercos monteses cuya fuerza es inmensa. El Priámida hirió con la lanza el centro del escudo de Ayax, y el bronce no pudo romperlo porque la punta se torció. Ayax, arremetiendo, clavó la suya en la rodela de aquél, é hizo vacilar al héroe cuando se disponía para el ataque; la punta abrióse camino hasta el cuello de Héctor, y en seguida brotó la negra sangre. Mas no por esto cesó de combatir Héctor, de tremolante casco, sino que, volviéndose, cogió con su robusta mano un pedrejón negro y erizado de puntas que había en el campo; lo tiró, acertó á dar en el bollón central del gran escudo de Ayax, de siete boyunas pieles, é hizo resonar el bronce de la rodela. Ayax entonces, tomando una piedra mucho mayor, la despidió haciéndola voltear con una fuerza inmensa. La piedra torció el borde inferior del hectóreo escudo, cual pudiera hacerlo una muela de molino, y chocando con las rodillas de Héctor le tumbó de espaldas, asido á la rodela; pero Apolo en seguida le puso en pie. Y ya se hubieran atacado de cerca con las espadas, si no hubiesen acudido dos heraldos, mensajeros de Júpiter y de los hombres, que llegaron respectivamente del campo de los teucros y del de los aqueos, de broncíneas lorigas: Taltibio é Ideo, prudentes ambos. Éstos interpusieron sus cetros entre los campeones, é Ideo, hábil en dar sabios consejos, pronunció estas palabras:
279 «¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáis más; á entrambos os ama Júpiter, que amontona las nubes, y ambos sois belicosos. Esto lo sabemos todos. Pero la noche comienza ya, y será bueno obedecerla.»
283 Respondióle Ayax Telamonio: «¡Ideo! Ordenad á Héctor que lo disponga, pues fué él quien retó á los más valientes. Sea el primero en desistir; que yo obedeceré, si él lo hiciere.»
287 Díjole el gran Héctor, de tremolante casco: «¡Ayax! Puesto que los dioses te han dado corpulencia, valor y cordura, y en el manejo de la lanza descuellas entre los aqueos, suspendamos por hoy el combate y la lucha, y otro día volveremos á pelear hasta que una deidad nos separe, después de otorgar la victoria á quien quisiere. La noche comienza ya, y será bueno obedecerla. Así tú regocijarás, en las naves, á todos los aqueos y especialmente á tus amigos y compañeros; y yo alegraré, en la gran ciudad del rey Príamo, á los troyanos y á las troyanas, de rozagantes peplos, que habrán ido á los sagrados templos á orar por mí. ¡Ea! Hagámonos magníficos regalos, para que digan aqueos y teucros: Combatieron con roedor encono, y se separaron por la amistad unidos.»