Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/134

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
128
LA ILÍADA

salga el sol, caerá herido entre los combatientes delanteros y con él muchos de sus camaradas. Así fuera yo inmortal, no tuviera que envejecer y gozara de los mismos honores que Minerva ó Apolo, como este día será funesto para los aquivos.»

542 De este modo arengó Héctor, y los teucros le aclamaron. Desuncieron de los carros los sudosos corceles y atáronlos con correas; sacaron de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de las casas pan y vino, que alegra el corazón, y amontonaron abundante leña. Después ofrecieron hecatombes perfectas á los inmortales, y los vientos llevaban de la llanura al cielo el suave olor de la grasa quemada; pero los bienaventurados dioses no quisieron aceptar la ofrenda, porque se les había hecho odiosa la sagrada Ilión y Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno.

553 Así, tan alentados, permanecieron toda la noche en el campo, donde ardían numerosos fuegos. Como en noche de calma aparecen las radiantes estrellas en torno de la fulgente luna, y se descubren los promontorios, cimas y valles, porque en el cielo se ha abierto la vasta región etérea, vense todos los astros, y al pastor se le alegra el corazón: en tan gran número eran las hogueras que, encendidas por los teucros, quemaban ante Ilión entre las naves y la corriente del Janto. Mil fuegos ardían en la llanura, y en cada uno se agrupaban cincuenta hombres á la luz de la ardiente llama. Y los caballos, comiendo cerca de los carros avena y blanca cebada, esperaban la llegada de la Aurora, la de hermoso trono.