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CANTO NOVENO

estamos bajo tu techo enviados por el ejército dánao, y anhelamos ser para ti los más apreciados y los más amigos de los aqueos todos.»

643 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros: «¡Ayax Telamonio, de jovial linaje, príncipe de hombres! Creo que has dicho lo que sientes, pero mi corazón se enciende en ira cuando me acuerdo del menosprecio con que el Atrida me trató ante los argivos, cual si yo fuera un miserable advenedizo. Id y publicad mi respuesta: No me ocuparé en la cruenta guerra hasta que el hijo del aguerrido Príamo, Héctor divino, llegue matando argivos á las tiendas y naves de los mirmidones y las incendie. Creo que Héctor, aunque esté enardecido, se abstendrá de combatir tan pronto como se acerque á mi tienda y á mi negra nave.»

656 Así dijo. Cada uno tomó una copa doble; y hecha la libación, los enviados, con Ulises á su frente, regresaron á las naves. Patroclo ordenó á sus compañeros y á las esclavas que aderezaran al momento una mullida cama para Fénix; y ellas, obedeciendo el mandato, hiciéronla con pieles de oveja, teñida colcha y finísima cubierta del mejor lino. Allí descansó el viejo, aguardando la divina Aurora. Aquiles durmió en lo más retirado de la sólida tienda con una mujer que trajera de Lesbos: con Diomeda, hija de Forbante, la de hermosas mejillas. Y Patroclo se acostó junto á la pared opuesta, teniendo á su lado á Ifis, la de bella cintura, que le regalara Aquiles al tomar la excelsa Esciro, ciudad de Enieo.

669 Cuando los enviados llegaron á la tienda del Atrida, los aqueos, puestos en pie, les presentaban áureas copas y les hacían preguntas. Y el rey de hombres Agamenón les interrogó diciendo:

673 «¡Ea! Dime, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos. ¿Quiere librar á las naves del fuego enemigo, ó se niega porque su corazón soberbio se halla aún dominado por la cólera?»

676 Contestó el paciente divino Ulises: «¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres Agamenón! No quiere aquél deponer la cólera, sino que en ira más se enciende. Te desprecia á ti y tus dones. Manda que deliberes con los argivos cómo podrás salvar las naves y al pueblo aqueo, dice en son de amenaza que botará al mar sus corvos bajeles, de muchos bancos, al descubrirse la nueva aurora, y aconseja que los demás se embarquen y vuelvan á sus hogares, porque ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilión: el longividente Júpiter extendió el brazo sobre ella, y sus hombres están llenos de confianza. Así dijo, como pueden referirlo éstos que fueron conmigo: Ayax y los