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LA ILÍADA

deré á Menelao por amigo y respetable que sea y aunque tú te enfades, y no callaré que duerme y te ha dejado á ti el trabajo. Debía ocuparse en suplicar á los príncipes todos, pues el peligro que corremos es terrible.»

119 Dijo el rey de hombres Agamenón: «¡Anciano! Otras veces te exhorté á que le riñeras, pues á menudo es indolente y no quiere trabajar; no por pereza ó escasez de talento, sino porque volviendo los ojos hacia mí, aguarda mi impulso. Mas hoy se levantó mucho antes que yo mismo, presentóseme y le envié á llamar á aquéllos de que acabas de hablar. Vayamos y los hallaremos delante de las puertas, con la guardia; pues allí es donde les dije que se reunieran.»

128 Respondió Néstor, caballero gerenio: «De esta manera, ninguno de los argivos se irritará contra él, ni le desobedecerá, cuando los exhorte ó les ordene algo.»

131 Apenas hubo dicho estas palabras, abrigó el pecho con la túnica, calzó los blancos pies con hermosas sandalias, y abrochóse un manto purpúreo, doble, amplio, adornado con lanosa felpa. Asió la fuerte lanza, cuya aguzada punta era de bronce, y se encaminó á las naves de los aqueos, de broncíneas lorigas. El primero á quien despertó Néstor, caballero gerenio, fué Ulises que en prudencia igualaba á Júpiter. Llamóle gritando, su voz llegó á oídos del héroe, y éste salió de la tienda y dijo:

141 «¿Por qué andáis vagando así, por las naves y el ejército, solos, durante la noche inmortal? ¿Qué urgente necesidad se ha presentado?»

143 Respondió Néstor, caballero gerenio: «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! No te enojes, porque es muy grande el pesar que abruma á los aquivos. Síguenos y llamaremos á quien convenga, para tomar acuerdo sobre si es preciso fugarnos ó combatir todavía.»

148 Tal dijo. El ingenioso Ulises, entrando en la tienda, colgó de sus hombros el labrado escudo y se juntó con ellos. Fueron en busca de Diomedes Tidida, y le hallaron delante de su pabellón con la armadura puesta. Sus compañeros dormían alrededor de él, con las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas clavadas por el regatón en tierra; el bronce de las puntas lucía á lo lejos como un relámpago del padre Júpiter. El héroe descansaba sobre una piel de toro montaraz, teniendo debajo de la cabeza un espléndido tapete. Néstor, caballero gerenio, se detuvo á su lado, le movió con el pie para que despertara, y le daba prisa, increpándole de esta manera: