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LA ILÍADA

ra, oyendo algún rumor, lo que los teucros han decidido: si desean quedarse aquí, cerca de las naves, ó volverán á la ciudad cuando hayan vencido á los aqueos. Si se enterara de esto y regresara incólume, sería grande su gloria debajo del cielo y entre los hombres todos, y tendría una hermosa recompensa: cada jefe de los que mandan en las naves, le daría una oveja con su corderito—presente sin igual—y se le admitiría además en todos los banquetes y festines.»

218 De tal modo habló. Enmudecieron todos y quedaron silenciosos, hasta que Diomedes, valiente en la pelea, les dijo:

220 «¡Néstor! Mi corazón y ánimo valeroso me incitan á penetrar en el campo de los enemigos que tenemos cerca, de los teucros; pero si alguien me acompañase, mi confianza y mi osadía serían mayores. Cuando van dos, uno se anticipa al otro en advertir lo que conviene; cuando se está solo, aunque se piense, la inteligencia es más tarda y la resolución más difícil.»

227 Tales fueron sus palabras, y muchos quisieron acompañar á Diomedes. Deseáronlo los dos Ayaces, ministros de Marte; quísolo Meriones; lo anhelaba el hijo de Néstor; ofrecióse el Atrida Menelao, famoso por su lanza; y por fin, también Ulises se mostró dispuesto á penetrar en el ejército teucro, porque el corazón que tenía en el pecho aspiraba siempre á ejecutar audaces hazañas. Y el rey de hombres Agamenón dijo entonces:

234 «¡Diomedes Tidida, carísimo á mi corazón! Escoge por compañero al que quieras, al mejor de los presentes; pues son muchos los que se ofrecen. No dejes al mejor y elijas á otro peor, por respeto alguno que sientas en tu alma, ni por consideración al linaje, ni por atender á que sea un rey más poderoso.»

240 Habló en estos términos, porque temía por el rubio Menelao. Y Diomedes, valiente en la pelea, replicó:

242 «Si me mandáis que yo mismo designe el compañero, ¿cómo no pensaré en el divino Ulises, cuyo corazón y ánimo valeroso son tan dispuestos para toda suerte de trabajos, y á quien tanto ama Palas Minerva? Con él volveríamos acá aunque nos rodearan abrasadoras llamas, porque su prudencia es grande.»

248 Respondióle el paciente divino Ulises: «¡Tidida! No me alabes en demasía ni me vituperes, puesto que hablas á los argivos de cosas que les son conocidas. Pero vámonos, que la noche está muy adelantada y la aurora se acerca; los astros han andado mucho, y la noche va ya en las dos partes de su jornada y solo un tercio nos resta.»