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LA ILÍADA

de los ríos y dirigió sus corrientes á la muralla por espacio de nueve días, y Júpiter no cesó de llover para que más presto se sumergiese en el mar. Iba al frente de aquéllos el mismo Neptuno, que bate la tierra, con el tridente en la mano, y tiró á las olas los cimientos de troncos y piedras que con tanta fatiga echaron los aquivos, arrasó la orilla del Helesponto, de rápida corriente, enarenó la gran playa en que estuvo el destruído muro, y volvió los ríos á los cauces por donde discurrían sus cristalinas aguas.

34 De tal modo Neptuno y Apolo debían obrar más tarde. Entonces ardía el clamoroso combate al pie del bien labrado muro, y las vigas de las torres resonaban al chocar de los dardos. Los argivos, vencidos por el azote de Júpiter, encerrábanse en el cerco de las cóncavas naves por miedo á Héctor, cuya valentía les causaba la derrota, y éste seguía peleando y parecía un torbellino. Como un jabalí ó un león se revuelve, orgulloso de su fuerza, entre perros y cazadores que agrupados le tiran muchos venablos—la fiera no siente en su ánimo audaz ni temor ni espanto, y su propio valor la mata—y va de un lado á otro, probando, y se apartan aquéllos hacia los que se dirige; de igual modo agitábase Héctor entre la turba y exhortaba á sus compañeros á pasar el foso. Los corceles, de pies ligeros, no se atrevían á hacerlo, y parados en el borde relinchaban, porque el ancho foso les daba horror. No era fácil, en efecto, salvarlo ni atravesarlo, pues tenía escarpados precipicios á uno y otro lado, y en su parte alta grandes y puntiagudas estacas, que los aqueos clavaron espesas para defenderse de los enemigos. Un caballo tirando de un carro de hermosas ruedas difícilmente hubiera entrado en el foso, y los peones meditaban si podrían realizarlo. Entonces llegóse Polidamante al audaz Héctor, y dijo:

61 «¡Héctor y demás caudillos de los troyanos y sus auxiliares! Dirigimos imprudentemente los caballos al foso, y éste es muy difícil de pasar, porque está erizado de agudas estacas y á lo largo de él se levanta el muro de los aqueos. Allí no podríamos apearnos del carro ni combatir, pues se trata de un sitio estrecho donde temo que pronto seríamos heridos. Si Júpiter altitonante, meditando males contra los aqueos, quiere destruirlos completamente para favorecer á los teucros, deseo que lo realice cuanto antes y que aquéllos perezcan sin gloria en esta tierra, lejos de Argos. Pero si los aqueos se volviesen, y viniendo de las naves nos obligaran á repasar el profundo foso, me figuro que ni un mensajero podría retornar á la ciudad, huyendo de los aqueos que nuevamente entraran en combate. Ea, obre-