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CANTO DÉCIMOTERCIO

cuerdas y llevan contra su voluntad; así aquél, al sentirse herido, se agitó algún tiempo, que no fué largo porque Meriones se le acercó, arrancóle la lanza del cuerpo, y las tinieblas velaron los ojos del guerrero.

576 Heleno dió á Deípiro un tajo en una sien con su gran espada tracia, y le rompió el casco. Éste, sacudido por el golpe, cayó al suelo, y rodando fué á parar á los pies de un guerrero aquivo que lo alzó de tierra. Á Deípiro, tenebrosa noche le cubrió los ojos.

581 Gran pesar sintió por ello el Atrida Menelao, valiente en el combate; y blandiendo la lanza, arremetió, amenazador, contra el héroe y príncipe Heleno, quien, á su vez, armó la ballesta. Ambos fueron á encontrarse, deseosos el uno de alcanzar al contrario con la aguda lanza, y el otro de herir á su enemigo con la flecha que el arco despidiera. El Priámida dió con la saeta en el pecho de Menelao, donde la coraza presentaba una concavidad; pero la cruel flecha fué rechazada y voló á otra parte. Como en la espaciosa era saltan del bieldo las negruzcas habas ó los garbanzos al soplo sonoro del viento y al impulso del aventador; de igual modo, la amarga flecha, repelida por la coraza del glorioso Menelao, voló á lo lejos. Por su parte Menelao Atrida, valiente en la pelea, hirió á Heleno en la mano en que llevaba el pulimentado arco: la broncínea lanza atravesó la palma y penetró en la ballesta. Heleno retrocedió hasta el grupo de sus amigos, para evitar la muerte; y su mano, colgando, arrastraba el asta de fresno. El magnánimo Agenor se la arrancó y le vendó la mano con una honda de lana de oveja, bien tejida, que les facilitó el escudero del pastor de hombres.

601 Pisandro embistió al glorioso Menelao. El hado funesto le llevaba al fin de su vida, empujándole para que fuese vencido por ti, oh Menelao, en la terrible pelea. Así que entrambos se hallaron frente á frente, acometiéronse, y el Atrida erró el golpe porque la lanza se le desvió; Pisandro dió un bote en la rodela del glorioso Menelao, pero no pudo atravesar el bronce: resistió el ancho escudo y quebróse la lanza por el asta cuando aquél se regocijaba en su corazón con la esperanza de salir victorioso. Pero el Atrida desnudó la espada guarnecida de argénteos clavos y asaltó á Pisandro; quien, cubriéndose con el escudo, aferró una hermosa hacha, de bronce labrado, provista de un largo y liso mango de madera de olivo. Acometiéronse, y Pisandro dió un golpe á Menelao en la cimera del yelmo, adornado con crines de caballo, debajo del penacho; y Menelao hundió su espada en la frente del teucro, encima de la nariz: crujie-