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CANTO DÉCIMOSEXTO

351 Cada uno de estos caudillos dánaos mató, pues, á un hombre. Como los voraces lobos acometen á corderos ó cabritos, arrebatándolos de un hato que se dispersa en el monte por la impericia del pastor; pues así que aquéllos los ven se los llevan y despedazan por tener los últimos un corazón tímido; así los dánaos cargaban sobre los teucros, y éstos, pensando en la fuga horrísona, olvidábanse de mostrar su impetuoso valor.

358 El gran Ayax deseaba constantemente arrojar su lanza á Héctor, armado de bronce; pero el héroe, que era muy experto en la guerra, cubriendo sus anchos hombros con un escudo de pieles de toro, estaba atento al silbo de las flechas y al ruido de los dardos. Bien conocía que la victoria se inclinaba del lado de los enemigos, pero resistía aún y procuraba salvar á sus compañeros queridos.

364 Como se va extendiendo una nube desde el Olimpo al cielo, después de un día sereno, cuando Júpiter prepara una tempestad; así los teucros huyeron de las naves, dando gritos, y ya no fué con orden como repasaron el foso. Á Héctor le sacaron de allí, con sus armas, los corceles de ligeros pies; y el héroe desamparó la turba de los teucros, á quienes detenía, mal de su grado, el profundo foso. Muchos veloces corceles, rompiendo los carros de los caudillos por el extremo del timón, los dejaron en el mismo.—Patroclo iba adelante, exhortando vehementemente á los dánaos y pensando en causar daño á los teucros; los cuales, una vez puestos en desorden, llenaban todos los caminos huyendo con gran clamoreo; la polvareda llegaba á lo alto debajo de las nubes, y los solípedos caballos volvían á la ciudad desde las naves y las tiendas. Patroclo, donde veía á los enemigos más desordenados, allí se encaminaba vociferando; los guerreros caían de bruces debajo de los ejes de sus carros, y éstos volcaban con gran estruendo. Al llegar al foso, los caballos inmortales que los dioses dieran á Héctor como espléndido presente, lo salvaron de un salto, deseosos de seguir adelante; y cuando á Patroclo el ánimo le llevó hacia Héctor para herirle, ya los veloces corceles se le habían llevado. Como en el otoño descarga una tempestad sobre la negra tierra, cuando Júpiter hace caer violenta lluvia, irritado contra los hombres que en el foro dan sentencias inicuas y echan á la justicia, no temiendo la venganza de los dioses; y los ríos salen de madre y los torrentes cortan muchas colinas, braman al correr desde lo alto de las montañas al mar purpúreo y destruyen las labores del campo; de semejante modo corrían las yeguas troyanas, dando lastimeros relinchos.