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LA ILÍADA

el tiro; pues dió un bote en el escudo del Pelida. Pero la lanza fué rechazada por la rodela, y Héctor se irritó al ver que aquélla había sido arrojada inútilmente por su brazo; paróse, bajando la cabeza, pues no tenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamó á Deífobo, el de luciente escudo, y le pidió una larga pica. Deífobo ya no estaba á su vera. Entonces Héctor comprendiólo todo, y exclamó:

297 «¡Oh! Ya los dioses me llaman á la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba conmigo, pero está dentro del muro, y fué Minerva quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa muerte que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde hace tiempo, á Júpiter y á su hijo, el Flechador; los cuales, benévolos para conmigo, me salvaban de los peligros. Cumplióse mi destino. Pero no quisiera morir cobardemente y sin gloria; sino realizando algo grande que llegara á conocimiento de los venideros.»

306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que llevaba en el costado. Y encogiéndose, se arrojó como el águila de alto vuelo se lanza á la llanura, atravesando las pardas nubes, para arrebatar la tierna corderilla ó la tímida liebre; de igual manera arremetió Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles embistióle, á su vez, con el corazón rebosante de feroz cólera: defendía su pecho con el magnífico escudo labrado, y movía el luciente casco de cuatro abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes crines de oro que Vulcano colocara en la cimera. Como el Véspero, que es el lucero más hermoso de cuantos hay en el cielo, se presenta rodeado de estrellas en la obscuridad de la noche; de tal modo brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía Aquiles, mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál parte del hermoso cuerpo del héroe ofrecería menos resistencia. Éste lo tenía protegido por la excelente armadura que quitó á Patroclo después de matarle, y sólo quedaba descubierto el lugar en que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta, que es el sitio por donde más pronto sale el alma: por allí el divino Aquiles envasóle la pica á Héctor que ya le atacaba, y la punta, atravesando el delicado cuello, asomó por la nuca. Pero no le cortó el garguero con la pica de fresno que el bronce hacía ponderosa, para que pudiera hablar algo y responderle. Héctor cayó en el polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo, diciendo:

331 «¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y no me temiste á mí porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho más fuerte que él, en