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LA ILÍADA

esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo á Héctor alrededor de la ventosa Troya. Entonces vino á encontrarle el alma del mísero Patroclo, semejante en un todo á éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas palabras:

69 «¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Orco; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Plutón. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Orco cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles, semejante á los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré; por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menetio me llevó desde Opunte á vuestra casa por un deplorable homicidio—cuando encolerizándome en el juego de la taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante,—y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dió tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.»

93 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros: «¿Por qué, caro amigo, vienes á encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.»

99 En diciendo esto, le tendió los brazos, pero no consiguió asirlo: disipóse el alma cual si fuese humo y penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dió una palmada y exclamó con voz lúgubre:

103 «¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Plutón queda el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por completo. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante á él cuando vivía.»

108 Tal dijo, y á todos les excitó el deseo de llorar. Todavía se ha-