no te despojo del vestido (el manto y la túnica que cubren tus vergüenzas) y no te envío lloroso de la junta á las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.»
265 Tal dijo, y con el cetro dióle un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda por bajo del áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró á todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera á su vecino:
272 «¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Ulises, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha realizado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo á zaherir con injuriosas palabras á los reyes.»
278 De tal modo hablaba la multitud. Levantóse Ulises, asolador de ciudades, con el cetro en la mano (Minerva, la de los brillantes ojos, que, transfigurada en heraldo, junto á él estaba, impuso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros hasta los últimos, oyeran el discurso y meditaran los consejos), y benévolo les arengó diciendo:
284 «¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de la Argólide, criadora de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilión. Cual si fuesen niños ó viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar á su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presente, que aquí permanecemos. No me enfado, pues, porque los aqueos se impacienten junto á las cóncavas naves; pero sería bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito. Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fué verídica la predicción de Calcas. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados por las Parcas, sois testigos de lo que ocurrió en Áulide cuando se reunieron las naves aqueas que tantos males habían de traer á Príamo y á los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas á los inmortales, junto á una fuente y á la sombra de un hermoso plátano á cuyo pie manaba el agua cristalina. Allí