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LA ILÍADA

796 «¡Oh anciano! Te placen los discursos interminables como cuando teníamos paz, y una obstinada guerra se ha promovido. Muchas batallas he presenciado, pero nunca vi un ejército tal y tan grande como el que viene á pelear contra la ciudad, formado por tantos hombres cuantas son las hojas ó las arenas. ¡Héctor! Te recomiendo encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada cual mande á aquellos de quienes es príncipe y acaudille á sus conciudadanos, después de ponerlos en orden de batalla.»

807 Así se expresó; y Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió la junta. Apresuráronse á tomar las armas, abriéronse todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.

811 Hay en la llanura, frente á la ciudad, una excelsa colina aislada de las demás y accesible por todas partes, á la cual los hombres llaman Batiea y los inmortales tumba de la ágil Mirina: allí fué donde los troyanos y sus auxiliares se pusieron en orden de batalla.

816 Á los troyanos mandábalos el gran Héctor Priámida, de tremolante casco. Con él se armaban las tropas más copiosas y valientes, que ardían en deseos de blandir las lanzas.

819 De los dardanios era caudillo Eneas, valiente hijo de Anquises de quien lo tuvo la divina Venus después que la diosa se unió con el mortal en un bosque del Ida. Con Eneas compartían el mando dos hijos de Antenor: Arquéloco y Acamante, diestros en toda suerte de pelea.

824 Los ricos teucros que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua del caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, á quien Apolo en persona diera el arco.

828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea, estaban á las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran hijos de Mérope percosio, el cual conocía como nadie el arte adivinatoria y no quería que sus hijos fuesen á la homicida guerra; pero ellos no le obedecieron, impelidos por el hado que á la negra muerte los arrastraba.

835 Los que moraban en Percote, á orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto, Abido y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de hombres, á quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, de la ribera del río Seleente.