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Tilton-Beecher (asuntos los dos que están ahora á la órden del dia en Nueva-York), ella, la generosa Rosalía Goodman, prepara las viandas para sus voraces acogidos, y las condimenta con pulcritud y esmero. (Véase el grabado tercero de la pág. 61.)

En Inglaterra y en los Estados-Unidos parece como que los extremos se tocan: Lóndres encierra en su vasto recinto más de 300.000 harapientos mendigos, y crea hospicios para perros; Nueva-York permitió que murieran de hambre, durante el invierno pasado, hasta diez y siete personas, y tiene hospicios para gatos.

Aquí sí que debe decirse: pedir más fuera gollería.

EUSEBIO MARTINEZ DE VELASCO.


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CARTAS PARISIENSES.

25 Julio.

Árida materia es una Exposicion geográfica y propó. sito imposible el de dar animacion y colorido á un resúmen de semejante certámen. Mapas, curvas de nivel y astrolabios son cosas que prestan campo estrecho para soltar la rienda al hipógrifo de la fantasía.

Y como quiera que los mandamientos de la ley periodistica se encierran en uno, que es no hastiar al lector, en veneracion de este precepto he de faltar á la promesa empeñada de completar en esta carta mis noticias sobre la susodicha exhibicion. Empero no me es dable dejar de consagrar dos líneas á esbozar el carácter dominante en la seccion española, y otras tantas á resumir la impresion general que causa este concurso.

España ocupa un exiguo camarin en la Exposicion del Pabellon de Flora; lo que en este local exhibimos no brilla por la parte plástica ni por la decorativa. Somos los españoles poco duchos en materias de adornos y perfiles, y el distinguido coronel de ingenieros, señor Coello, á cuyo cargo corre la ordenacion de nuestros trabajos geográficos en la exhibicion de París, ya porque sea en tanto que español un tanto refractario al arte de aderezar las perspectivas, ó ya que le inspiren estos perejiles profundo desden científico, no se ha preocupado en lo más mínimo de hacer vistosa y recreativa la seccion cuyo cuidado le atañe. Asunto sería éste de muy escasa monta si las otras naciones hubiesen imitado nuestra austeridad; pero como, por el contrario, se han esmerado á cual más en engalanar sus instalaciones, resalta deplorablemente, en medio de sus gallardos atavios, nuestra severa y pobre desnudez.

No obstante, si en la forma somos muy débiles, en el fondo figuramos con decoro al lado de las poderosas naciones cuyos trabajos geográficos alternan con los nuestros. Los mapas del Instituto Geográfico y los átlas de la Direccion de Hidrografía, así como los levantados por el Sr. Coello, son muestras estimables de nuestra capacidad en la materia, y prueba irrefutable de que no individualidades eminentes, sino las colectividades que sigan dóciles sus huellas, es lo que falta en nuestra patria.

La palma de la Exposicion se la lleva la Francia, por más que otra cosa hayamos podido juzgar al hacer nuestra primera visita, cuando áun no estaba terminada la instalacion de los objetos. Su gran carta de las Galias es un monumento sin par, que representa cincuenta y siete años de sabios desvelos, y el mostruario histórico es de una riqueza é importancia capitales. Austria rivaliza y áun supera á la República francesa —no puedo estampar este dictado falaz sin sonreir irónicamente— en lo que toca á los documentos histórico-geográficos, así como Inglaterra y Alemania son las más ricas en estudios é instrumentos de precision modernos.

Es para nosotros, españoles, tan lisonjero como amargo, el ver que las más preciadas joyas de la Exposicion, en su parte retrospectiva, proceden de la época de nuestra grandeza y se refieren á nuestros descubrimientos en las Indias ó á nuestra pasada preponderancia universal.

El corazon se hincha al ver estos rastros de nuestra gloria, y el corazon se oprime, un instante despues, considerando lo que va de ayer á hoy.

El conjunto de la exhibicion es interesante y adecuado para demostrar al vulgo que la ciencia no descansa, y que, en ese sentido al ménos, el mundo marcha y el progreso no es una palabra desnuda de sentido.

Sin cuidado le tiene á Sidi-Said-Bargarch, Sultan de Zanzibar, de Pemba y de todo el litoral africano desde el Sormal á Mozambique, el saber si, en efecto, la geografía avanza ó retrocede; y, sin embargo, el tal morazo debiera profesar particular aficion á los adelantos de esta ciencia, puesto que á ellos debe el haber ascendido de la modesta categoria de jefe de salvajes á la deslumbradora jerarquía de principe soberano, reconocido y agasajado por los gobiernos europeos.

Zanzibar, que ha llegado á ser de algunos años á esta parte la Constantinopla del Africa, debe tambien una gran parte de su actual notoriedad al periodismo. El editor del New-York-Herald, que reside habitualmente en París, tuvo un dia la feliz ocurrencia de enviar uno de sus reporters ó gacetilleros en busca de Livingstone, y este enviado periodístico, que se llama Mr. Stanley, publicó, de regreso de su expedicion, un libro que familiariza al lector europeo con la gran capital, emporio de las costas africanas. Los ingleses, que cuando no pueden despojar á los caciques cobrizos de sus posesiones los adulan y miman para atraerlos y hacerles firmar algun tratado leonino favorable á su comercio, decidieron al Sultan Said-Bargarch á venir á visitar la Inglaterra; y los parisienses, que, en su calidad de austeros republicanos, adoran á todo principe revestido de la soberania, sobre todo si ésta es bien autócrata y despótica, rogaron al Señor de Zanzibar no regresára á sus Estados sin venir á dar una vuelta prévia sobre el boulevard.

De aquí el que hayamos tenido esta semana al moro susodicho en nuestros muros.

París en otros tiempos no tenía más que asomarse á la ventana para ver pasar, vestidos de gala, á los más poderosos monarcas europeos, al Czar de Rusia, á la Reina de Inglaterra, al Emperador de Austria ó al Rey de Italia. Mas desde hace cinco años no ha tenido más visita régia que la de un bárbaro, el Sha de Persia, á quien en su entusiasmo tributó honores orientales que el agraciado recibia con un desparpajo poco lisonjero. Hoy es un africano el que recibe el homenaje del pueblo frances, se sienta á la mesa del Presidente de la República y aprieta con efusion la mano de los escuderos del Circo Olimpico, ya por creerlos eminentes personajes, ya por especial é hipica simpatía.

De este minúmida no me tomaré la molestia de hacer una tarjeta fotográfica. Imaginense VV. al moro de los dátiles que funciona de tiempo inmemorial en la calle de Alcalá; tiñanle VV. de un rojo violáceo la áspera barba, y ciñanle una cimitarra empedrada de algunos toscos diamantes y tendrán una idea exactísima del señor de Zanzibar.

Darémos, pues, de lado al sultan excursionista y nos ocuparémos, si VV. lo consienten, de otro principe más civilizado, cuya próxima llegada á esta capital se anuncia como próxima. Refiérome á S. M. Leopoldo II, rey de los belgas.

Al contrario de lo que sucede generalmente, la efigie de las monedas belgas ofrece una fiel reproduccion de las régias facciones; el grabado no ha ensanchado la nariz aguileña ni alterado la fisonomía del modelo, que aunque angulosa é imperfecta es dulce y distinguida por extremo.

El Rey es de estatura elevada, lo que hace que su cuerpo parezca un tanto cuanto desgarbado. Una miopia muy pronunciada redobla el embarazo de sus actitudes.

Sus distracciones y su galantería son proverbiales en Brusélas. De unas y otra dará idea el caso de la Patti, á quien S. M. se puso irreflexivamente á devolver sus saludos una noche en que la dira cantaba y prodigaba sus cortesias á los que la aplaudian. El público se apercibió del lapsus, y el Rey mismo acabó por notarlo y reirse de él, pues el fondo de su carácter es la benevolencia y la cordialidad.

La Reina de los belgas es muy aficionada al bullicio de las fiestas y á los ejercicios corporales. La equitacion, la caza, el teatro y los bailes tienen para esta princesa grandes atractivos. El Rey, por el contrario, gusta del retiro y del silencio, del trabajo del despacho y del estudio; sobre todo le seducen las conversaciones sustanciosas é intimas.

Aunque muy buen jinete, Leopoldo II no monta sino en las ocasiones oficiales, á causa de una afeccion de la médula espinal, que le obligó, hace algun tiempo, á realizar un viaje medical por el Egipto. Todos los dias S. M., de vuelta de paseo, visita, como un simple particular, á alguno de sus amigos íntimos y espacia el ánimo en sabrosas conversaciones sin aparato, de las que está excluida toda enojosa etiqueta, y que se prolongan lo que dura el paladeo de la copa de Jerez aperitiva.

Leopoldo II posee una vasta erudicion y un juicio recto y práctico. Pocos hombres de Estado ven más claro que él en los asuntos públicos, ni son más despreocupados en sus juicios. Sus numerosos viajes han sido hechos con fruto, y le han dado ideas muy exactas de los hombres y las cosas exteriores. Conoce á España, por ejemplo, como muy pocos extranjeros, y profesa al jóven que ciñe la corona de España y de sus Indias un sincero y probado cariño.

Su vida intima lleva el sello británico, de cuyas costumbres es acérrimo sectario. Su augusta madre, la piadosa reina Luisa, le inculcó en el ánimo, en esa edad temprana en que se forman los caractéres, todas las cualidades privadas, todas las virtudes domésticas que son el atributo de un caballero cristiano, y del conjunto de éstas procede, á no dudarlo, la estimacion y el respeto que Leopoldo II inspira al pueblo belga.

Ese es el huésped que nos está anunciado y que desgraciadamente no pasará los Pirineos, como me consta desearia, porque no es uso ir á visitar á las gentes en los momentos en que se mesan las greñas en familia.

En puridad de verdad estos regios recibimientos no han procurado hasta ahora grandes recursos al Paris de verano, á quien las lluvias persistentes han dado un aspecto lúgubre y monótono.

Los espectáculos bajo techado son los únicos que se han beneficiado algun tanto de estas inusitadas humedades.

Si los teatros parisienses hubiesen podido presumir que el verano de 1875 sería tan fenomenal, habrian suprimido las vacaciones; mas como nadie es profeta en sus propios negocios, los empresarios se han ido, por la fuerza de la rutina, á buscar á las estaciones balnearias los espectadores que los meses de lluvia tienen emparedados entre los muros de la capital, á dos pasos de los teatros cerrados.

Los pocos coliseos que quedan abiertos llenan sus salas con cualquier espectáculo, y no sólo no se dan el trabajo de representar nada nuevo, sino que exhuman los más vetustos trastos de su repertorio para que tomen el aire ante un público que es numeroso y escogido, gracias á esta estacion inverosimil. Así se explica la resurreccion sobre las tablas de un melodrama desprovisto de todo mérito literario y titulado Latude.

La reprise ó nueva serie de representaciones de esta obra ha sido la única novedad teatral de la semana, y si bien la pieza no merece los honores de un análisis, en cambio la figura del protagonista, que ha quedado como tipo legendario de los prisioneros que se fugan de las cárceles, se presta á una reseña biográfica no enteramente exenta de un pequeño interes.

Latude fué oriundo del Languedoc, donde nació en 1725, viniendo á morir en París en 1805, es decir, á los 80 años de edad, la cual es una bonita fecha para un individuo que pasó 35 inviernos á pan y agua tendido sobre la paja fétida de los calabozos.

Viéndose oficial sin porvenir, por falta de protecciones, imaginó una extraña superchería para buscar el favor que le faltaba. Envió á la Marquesa de Pompadour, entónces en el apogeo de su fortuna, una cajita llena de frasquitos explosibles, y previno oficiosamente al ayuda de cámara de la Marquesa del peligro que corria su señora (esperando provocar de este modo un reconocimiento cuya efusion le fuese dable explotar).

Las cosas no respondieron á sus esperanzas; se abrió la caja susodicha y se vió fácilmente que la pólvora explosible no era sino un espantajo inofensivo. Sospechóse la verdad, prendieron á Latude, que lo confesó todo, y le condujeron á la Bastilla.

Este prólogo prueba que en el fondo Latude no era sino un intrigantuelo.

En 1750 trasfirieron al preso de la Bastilla á Vincennes, donde efectuó su primera evasion; pero, en lugar de pasar al extranjero como la más vulgar prudencia lo exigia, el prófugo se fué sándiamente á solicitar su gracia de la favorita. Prendiéronle de nuevo por respuesta á su súplica y le reintegraron en la célebre fortaleza.

Alli halló á un tal Alegre, con quien durante dos