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LA ODISEA

je. Dióme entonces, encerrados en un cuero de un buey de nueve años que antes desollara, los soplos de los mugidores vientos; pues el Saturnio habíale hecho árbitro de los mismos, con facultad de aquietar ó de excitar al que quisiera. Y ató dicho pellejo en la cóncava nave con un reluciente hilo de plata, de manera que no saliese ni el menor soplo; enviándome el Céfiro para que, soplando, llevara nuestras naves y á nosotros en ellas. Mas, en vez de suceder así, había de perdernos nuestra propia imprudencia.

28 »Navegamos seguidamente por espacio de nueve días con sus noches. Y en el décimo se nos mostró la tierra patria, donde vimos á los }}que encendían fuego cerca del mar. Entonces me sentí fatigado y me rindió el dulce sueño; pues había gobernado continuamente el timón de la nave, que no quise confiar á ninguno de los amigos para que llegáramos más pronto. Los compañeros hablaban los unos con los otros de lo que yo llevaba á mi palacio, figurándose que era oro y plata, recibidos como dádiva del magnánimo Éolo Hipótada. Y alguno de ellos dijo de esta suerte al que tenía más cercano:

38 «¡Oh dioses! ¡Cuán querido y honrado es este varón, de cuantos hombres habitan en las ciudades y tierras adonde llega! Muchos y valiosos objetos se ha llevado del botín de Troya; mientras que los demás, con haber hecho el mismo viaje, volveremos á casa con las manos vacías. Y ahora Éolo, obsequiándole como á un amigo, acaba de darle estas cosas. Ea, veamos pronto lo que son y cuánto oro y plata hay en el cuero.»

46 »Así razonaban. Prevaleció aquel mal consejo y, desatando mis amigos el odre, escapáronse con gran ímpetu todos los vientos. En seguida arrebató las naves una tempestad y llevólas al ponto: ellos lloraban, al verse lejos de la patria; y yo, recordando, medité en mi irreprochable espíritu si debía tirarme del bajel y morir en el ponto, ó sufrirlo todo en silencio y permanecer entre los vivos. Lo sufrí, quedéme en el barco y, cubriéndome, me acosté de nuevo. Las naves tornaron á ser llevadas á la isla Eolia por la funesta tempestad que promovió el viento, mientras gemían cuantos me acompañaban.

56 »Llegados allá, saltamos en tierra, hicimos aguada, y á la hora empezamos á comer junto á las veleras naves. Mas, así que hubimos gustado la comida y la bebida, tomé un heraldo y un compañero y, encaminándonos al ínclito palacio de Éolo, hallamos á éste, que celebraba un banquete con su esposa y sus hijos. Ya en la casa, nos