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CANTO DÉCIMONONO

que sus huéspedes difunden entre todos los hombres y son muchos los que le llaman bueno.»

335 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh veneranda mujer de Ulises Laertíada! Los mantos y las colchas espléndidas los tengo aborrecidos desde la hora en que dejé los nevados montes de Creta y partí en la nave de largos remos. Me acostaré como antes, cuando pasaba las noches sin pegar el ojo; pues en muchas de ellas descansé en ruin lecho, aguardando la aparición de la divinal Aurora, de hermoso trono. Tampoco le agradan á mi ánimo los baños de pies, ni tocará los míos ninguna mujer de las que te sirven en el palacio, si no hay alguna muy vieja y de honestos pensamientos, que en su alma haya sufrido tanto como yo; pues á ésa no la he de impedir que mis pies toque.»

349 Contestóle la discreta Penélope: «¡Huésped amado! Jamás aportó á mi casa otro varón de tan buen juicio entre los amigables huéspedes que vinieron de lejas tierras á mi morada; tal perspicuidad y cordura denotan tus palabras. Tengo una anciana de prudente espíritu, que fué la que alimentó y crió á aquel infeliz después de recibirlo en sus brazos cuando la madre lo parió: ésta te lavará los pies aunque sus fuerzas son ya menguadas. Ea, prudente Euriclea, levántate y lava á este varón coetáneo de tu señor; que en los pies y en la manos debe de estar Ulises de semejante modo, pues los mortales envejecen presto en la desgracia.»

361 Así habló. La vieja cubrióse el rostro con ambas manos, rompió en ardientes lágrimas y dijo estas lastimeras razones:

363 «¡Ay, hijo mío, que no puedo salvarte! Sin duda Júpiter te cobró más odio que á hombre alguno, á pesar de que tu ánimo era tan temeroso de las deidades. Ningún mortal quemó tantos pingües muslos en honor de Jove, que se huelga con el rayo, ni le sacrificó tantas y tan selectas hecatombes, como tú le has ofrecido rogándole que te diese placentera senectud y te dejara criar á tu hijo ilustre; y ahora te ha privado, á ti tan sólo, de ver lucir el día de la vuelta. Quizás se mofaron de mi señor las criadas de lejano huésped á cuyo magnífico palacio llegara, como se burlan de ti, oh forastero, estas perras cuyos denuestos y abundantes infamias quieres evitar no permitiendo que te laven; y por tal razón me manda que lo haga yo, no ciertamente contra mi deseo, la hija de Icario, la discreta Penélope. Y así, te lavaré los pies por consideración á la propia Penélope y á ti mismo; pues siento que en el interior me conmueven el ánimo tus desventuras. Mas, ea, oye lo que voy á decir: muchos