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CANTO SEXTO

puerta estaban entornadas. Minerva se lanzó, como un soplo de viento, á la cama de la joven; púsose sobre su cabeza y empezó á hablarle, tomando el aspecto de la hija de Dimante, el célebre marino, que tenía la edad de Nausícaa y érale muy grata. De tal suerte transfigurada, dijo Minerva, la de los brillantes ojos:

25 «¡Nausícaa! ¿Por qué tu madre te parió tan floja? Tienes descuidadas las espléndidas vestiduras y está cercano tu casamiento, en el cual has de llevar lindas ropas, proporcionándoselas también á los que te conduzcan; que así se consigue gran fama entre los hombres y se huelgan el padre y la veneranda madre. Vayamos, pues, á lavar tan luego como despunte la aurora, y te acompañaré y ayudaré para que en seguida lo tengas aparejado todo; que no ha de prolongarse mucho tu doncellez, puesto que ya te pretenden los mejores de todos los feacios, cuyo linaje es también el tuyo. Ea, insta á tu ilustre padre para que mande prevenir antes de rayar el alba las mulas y el carro en que llevarás los cíngulos, los peplos y los espléndidos cobertores. Para ti misma es mejor ir de este modo que no á pie, pues los lavaderos se hallan á gran distancia de la ciudad.»

41 Cuando así hubo hablado, Minerva, la de los brillantes ojos, fuése al Olimpo, donde dicen que está la mansión perenne y segura de las deidades; á la cual ni la agitan los vientos, ni la lluvia la moja, ni la nieve la cubre—pues el tiempo es constantemente sereno y sin nubes,—y en cambio la envuelve esplendorosa claridad: en ella disfrutan perdurable dicha los bienaventurados dioses. Allí se encaminó, pues, la de los brillantes ojos tan luego como hubo aconsejado á la doncella.

48 Pronto vino la Aurora, de hermoso trono, y despertó á Nausícaa, la del lindo peplo; y la doncella, admirada del sueño, se fué por el palacio á contárselo á sus progenitores, al padre querido y á la madre, y á entrambos los halló dentro: á ésta, sentada junto al fuego, con las siervas, hilando lana de color purpúreo; y á aquél, cuando iba á salir para reunirse en consejo con los ilustres príncipes, pues los más nobles feacios le habían llamado. Detúvose Nausícaa muy cerca de su padre y así le dijo:

57 «¡Padre querido! ¿No querrías aparejarme un carro alto, de fuertes ruedas, en el cual transporte al río, para lavarlos, los hermosos vestidos que tengo sucios? Á ti mismo te conviene llevar vestiduras limpias, cuando con los varones más principales deliberas en el consejo. Tienes, además, cinco hijos en el palacio: dos ya casados, y