Página:La Primera República (1911).djvu/114

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para celebrar la mejoría de mi santo señor, he ido a confesar y he tomado la comunión. Conque pocas bromas, amigo. No se me hable hoy de nada que me encienda la cólera, ni de nada que tenga olor de pecados. Ya, cuando le vi entrar, cometí sin pensarlo un pecadillo de habladuría al soltar el chisme de que la señora... tal y qué sé yo...

-Me dio usted a entender que estaba descontenta de mí.

-Pues con toda mi alma en la boca y con toda la limpieza que hoy, gracias a Dios, llevo en mi conciencia, le digo al pequeño don Tito que la señora tiene ya noticia de sus trapicheos con María de la Cabeza, la Felipa, la Lucrecia, la de Durango, esta otra que vende cajas de muertos, la Obdulia, y eche usted céteras y céteras... En todo esto no ve la señora más que el melindre de usted y su fuego natural. Por lo que no pasa es porque sea usted, como le han dicho, un hombre de creencias ateístas, o verbigracia, anticatólicas. Si quiere usted agradar a la señora, váyase a misa todos los días, que ella lo sabrá, sin que nadie se lo cuente, por los duendes angélicos...».

Me entró tal arrebato que agarré la tabla de picar carne, y a punto estuve de estampársela en la cabeza... Afortunadamente me contuve a tiempo. Valía más tomarlo a risa; tales desatinos no merecían mi cólera.

«Hoy no está usted en sus cabales, Celestina -le dije-. La santidad, tomada en ciertos días a grandes tragos, como hace usted,