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Página:La Primera República (1911).djvu/132

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laban y bebían Antonio Merino, profesor de esgrima, Cerrudo, maestro de obras, Botija, corredor de vinos, Vicente Morata, cajista, Perico el de los Mostenses, y otros que sólo conocía de vista.

Cerca de mí, un sujeto leía en alta voz, en ruedo de bebedores, el folleto de Roque Barcia El Papado ante Jesucristo, escrito en conceptos bíblicos que eran la forma usual de aquel desatinado evangelista. Comentaban los oyentes con risas o alabanzas las frases de latiguillo que eran la salsa del folleto. Al terminar la lectura, el vocero de don Roque se fijó en mí, y acudiendo a saludarme, me dijo: «Amigo don Tito, dispénseme, no le había visto. Estaba leyendo a estos señores la más grandiosa filípica que se ha escrito contra la Curia Romana. Usted la conocerá.

-Sí, sí; me la sé de memoria -contesté yo, y al decirlo recordé en él a uno de los Maestros Masones con quienes tomé café en el de las Columnas, la tarde que hice conocimiento con Candelaria. Era el que en Masonería llevaba el nombre simbólico de Licurgo. Sentándose junto a mí sacó un fajo de folletos, y alargome uno con estas corteses palabras: «Tengo el gusto de ofrecer a usted el que acaba de imprimirse, y aún no se ha puesto a la venta. Es precioso, interesantísimo. Vea usted qué título: ¿Quieres oír, pueblo? o La cabeza de Barba Azul».

Cogí yo el papelejo, y dando a Licurgo gracias expresivas, le prometí leerlo inmediatamente, pues me agradaba sobremanera la