ces del aire vago y de las cuerdas vibrantes, que resultaba un perfecto trasunto de la armonía de las esferas.
El dulce comistraje, a cuya preparación no era extraño sin duda el amigo Baco, y el más dulce ritmo de la celeste música, nos llevaban suavemente a un estado letal. Luché con el sueño; pero al fin me dormí como un tronco... Soñé que estaba, no en las Cortes, no en las calles de Madrid, sino en el Olimpo, habitual residencia de los Dioses que fueron y que quizá lo eran todavía. La impresión que recibí fue la que produce un lugar visitado ya en tiempos muy remotos.
El Padre Júpiter pareciome algo aburrido, y se desperezaba en su trono de nubes; la Madre Juno había engordado tanto, que su ponderada hermosura era ya un verdadero mito. El águila de él y el pavo de ella se habían hecho amigos y dormían juntos en el suelo. Minerva, Ceres y demás familia conservaban su gallardía de antaño; sólo el amigo Marte me pareció rebajado algunos puntos en su bizarría, como un general que ha pasado a la reserva... Soñé que penetraba yo allí con la timidez propia de un intruso mortal, y cuando hacía grave reverencia a los venerables Dioses, vi entrar a Martos en traje olímpico, con lentes y corona de laurel. Habló con Mercurio... Comprendí que trataban de sustraer un rayo del haz que Júpiter a su lado tenía.
Cuando yo hice por acercarme al Padre de los Dioses para prevenirle contra los rateros,