dura para poder amasar y cocer el nuevo pan de la civilización? ¿Las Musas que vi eran las verdaderas hermanas de Apolo, o figuras de teatro modeladas artísticamente por hábiles maestras de aquella comunidad andante, donde iban hembras de tan diferentes castas y aptitudes?
De esta desilusión pesimista sólo exceptuaba yo a Floriana y a la excelsa Mariclío, sagrario que guarda y custodia la verdad de los hechos humanos... A mí se llegó la buena Madre, apartándome de la compañía y coloquio de aquellas a quienes juzgué como dislocadas marionetas, y me llevó consigo rodeando los grupos de durmientes. Llegamos a un punto donde vi la boca de una caverna de medianas anchuras, y me dijo: «Por aquí iréis vosotros a donde yo he dispuesto».
El iréis vosotros lo entendí como si dijera Floriana y tú, y así se lo manifesté. Luego añadió ella: «El camino es corto y menos ingrato que el ya recorrido. Durante la travesía no me veréis. Pero allá nos encontraremos». Esto me alegró lo indecible. La dulzura risueña con que me habló la Madre, me hizo vislumbrar que del mundo de pesadilla pasaríamos a la vida real, y que Floriana sería nuevamente la belleza corpórea que vi por primera vez en la parroquia de San Marcos.
Atento a la brevedad, omito los incidentes que precedieron a nuestra partida. Extinguiéronse las luces, disemináronse las figuras de aspecto divino y de apariencia humana. Las Musas se fueron con la Música a