femenil muchedumbre caminante, y hacerle menos pesado el fatigoso andar en medio de tinieblas. Cuando estas llegaron a su completa densidad, ofrecí mi brazo a Floriana, que sin reparo lo aceptó. «Vaya usted tranquila -le dije-. Yo cuido de tantear el suelo para evitar malos pasos». En el mismo instante, Doña Gramática, pasando por detrás de mí, se me colgó del brazo izquierdo, excusándose con estas delicadas expresiones: «Perdone usted, don Tito. Con la obscuridad, no tiene usted más remedio que sostenerme a mí por esta otra banda. Peso un poquito; pero estimo que su amabilidad y galantería superan a mi pesadumbre, y por ello, agarradita a su fuerte brazo, me creo bien segura.
-Bien segura va usted -le respondí-. Mi vigor muscular corre parejas con la cortesía que debo guardar a las damas.
-Ya lo veo, ya lo sé -dijo Doña Gramática con melindre-. Aunque no de gran estatura, es usted un hombre de poder, y no le arredra el peso de dos señoras... ni aunque fueran cuatro. Además, es usted muy amable. Sinceridad por delante, no vacilo en decir que por dondequiera que va el señor don Tito sabe captarse, por su talento y discreción, las simpatías de todo el mundo».
Después de darle las gracias volví la cara, y noté que Floriana se llevaba una mano a la boca para sofocar la risa. «Apañado quedaré -pensaba yo-, si al término de tan endemoniado viaje, Floriana no me quiere y esta vieja pedante me hace el amor».