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Página:La Primera República (1911).djvu/205

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rero respondió que aquel señor, que era don Lorenzo Cantalapiedra, empleado destituido por el Cantón, se habría escapado ya probablemente de Cartagena.

«Es centralista -añadió con mohín despectivo-, y ya sabe usted que el centralismo es lo más malo que hay. A esos tales los odiamos, y cuando queremos ofenderles los llamamos benévolos, que es el voquible más feo que aquí se puede decir a un cristiano. ¿Se asombra usted?

-No, amigo; ya sé: los benévolos son un partido político; el que ha condenado el Cantón y se dispone a combatirlo.

-Pues en Cartagena no le ponga usted ese mote a nadie, como no fuere algún enemigo a quien quiera usted enrabiar. En fin, señor; si usted no me manda otra cosa, voy a comer. Cuando los mozos terminemos nuestra faena, me iré al Club. De seguro hablará Cárceles. ¿Quiere usted oírle y pasar allí un ratito? Yo le acompañaré con mucho gusto, puesto que usted no conoce la población. Es aquí cerca, en la calle de Jara».

Acepté gustoso la invitación del simpático mozo, y para hacer tiempo, salí a dar un paseo. Pero como desconocía las calles, puse freno a mis aficiones ambulatorias, tratando de reconocer los lugares por donde caminaba para poder orientarme a mi regreso. Llegué cerca de un edificio que me pareció el Ayuntamiento, vi el arco de muralla que al puerto conducía. En mi paseo me abstuve de meterme por calles laterales, temeroso de perderme.