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Página:La Primera República (1911).djvu/214

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su fluidez discursiva. Amplificaba sin freno, y sus continuas digresiones le llevaban fuera del asunto, perdiéndose en lentas curvas hasta volver jadeante a la línea recta... Al despedirnos, con mutua promesa de vernos a menudo, me indicó los lugares donde podría encontrarle, el Telégrafo, el retén de la guardia del Ayuntamiento, la casa de Manuel Cárceles, plaza de la Merced, la redacción de El Catón Murciano, y otras señas y direcciones que no se grabaron bien en mi memoria.

Mi atrasado sueño me dio aquella noche un descanso tranquilo, y al día siguiente, después de almorzar, me lancé a la calle dispuesto a recorrer la población y a enterarme de todos los aspectos públicos de la vida cantonal. Deambulando a la ventura, no pensaba más que en encontrar algún rastro de Floriana, alguna señal o indicio por donde pudiera descubrir la morada de la Diosa que me había traído por las entrañas de la tierra o por la superficie de esta, pues ya me atormentaban dudas acerca de mi verdadero camino desde Madrid a Cartagena. Mi aburrida expectación me llevó a la ciudad alta, con accidentes de Alcazaba moruna y vestigios de Catedral añosa, no sé si visigoda o románica; llevome después al grandioso Arsenal, donde vi la marinería dueña de los barcos y de los almacenes y talleres: toda la oficialidad y jefes de la Armada estaban en forzadas vacaciones.

Rendido de cansancio me volví a mi fon-