El 30 de Diciembre tomó Estévanez en Vilches el tren de Madrid. Fue reconocido por más de dos viajeros que no le denunciaron. Se tiró del tren antes de llegar a la estación de Atocha, y embozándose en la capa, se dirigió a su casa con el tranquilo paso del ciudadano más inocente y descuidado.
Ya en el Ministerio, escaleras arriba, me dijo Estévanez que Figueras le incitaba vivamente a reingresar en el Ejército. Negábase a ello mi amigo, muy a gusto en el libre ambiente de la sociedad civil... En el salón del Ministerio había mucha gente, paisanos y militares, agrupados en diferentes corrillos. En uno de éstos vi a Luis Blanc y a García López; en otros, Roque Barcia y Félix la Llave charlaban con dos militares, con Ramos Calderón, riverista, y con un amigo de Martos de cuyo nombre no me acuerdo. En todos los grupos se respiraba el aire espeso y acre que arroja de sí la palabra Crisis. ¡Crisis, Dios mío, cuando aún los primeros Ministros de la República no habían calentado las poltronas! ¿Dónde estabas, Mariclío celestial; en qué pozo te habías caído que no fuiste de Ministerio en Ministerio, chinela en mano, azotando las posaderas de toda esta gente rencillosa y quimerista, sin conocimiento de la realidad ni estímulos de patriotismo? Pienso yo que aburrida de tu oficio quieres adoptar el de alguna de tus hermanas, quitándole a Euterpe la voz angélica, los pies a Terpsícore, tal vez a Melpómene el ceño iracundo y la mano armada de puñal.