Página:La Primera República (1911).djvu/249

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unirse a las fuerzas de desembarco. Tome usted esta carabina y véngase conmigo».

En la cara no debía de conocérseme lo que aquel buen señor decía, porque en mi temperamento jamás anidó el heroísmo ni nada que se le pareciese. Pero la misma fuerza magnética que en el Arsenal de Cartagena me había traído a bordo, llevome tras de aquel sujeto hasta llegar a la escala, descender por ella y meterme en la lancha. Esta y otra que salió de la Vitoria bogaron trabajosamente hacia tierra. Cuando el que nos mandaba dio la voz de ¡fuego! empezamos a soltar tiros sin ton ni son. Yo me sentí héroe, y consideraba el espanto que estábamos produciendo en los inocentes pececillos que nadaban en derredor nuestro.

Cuando más enfoguetados estábamos, nos largaron de tierra una espesa lluvia de balas de fusil, que hirieron a dos de los nuestros. Ante tal modo de señalar, viramos en redondo y nos volvimos a los barcos. A las seis de la tarde, convencido el General de que Almería no daba un cuarto, cesó el fuego. Se habían hecho cuarenta disparos de cañón... Poco después, las fragatas volvieron sus gallardas popas a la ciudad y navegaron mar adentro.