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de los cantonales de Valencia, vendría probablemente contra los de Cartagena. Los que iban a la conquista de Albacete corrían peligro de que el caudillo centralista les cortara la retirada. La intrepidez a secas, sin ninguna otra virtud que la rija y encauce, es cosa muy mala en las andanzas guerreras. Ciego y espoleado por el arrojo siguió don Juan su camino, y en Chinchilla el Coronel Escoda le hizo frente con un corto número de soldados, distribuidos por la carretera.

»Llegó muy a punto el General Salcedo, y sin pelear apenas ni sufrir ninguna baja, derrotó en corto tiempo a los cantonales. En su poder quedaron muchos jefes, oficiales y soldados, el tren de Artillería, las banderas rojas y los cincuenta vagones en que habían hecho el viaje los expedicionarios. El descalabro fue monumental. Como no has salido a la calle en tantos días, no has podido observar que cunde el desaliento y que esta revolución candorosa va de capa caída. Vive de milagro, y el milagro consiste, según veo, en que el Gobierno de Madrid no puede distraer de la guerra carlista la escasa fuerza militar de que dispone».

Fijábame yo con insistencia en el librito, al parecer de misa, que la Madre llevaba en su mano. Notó ella mi curiosidad, y risueña me dijo: «Uso este libro cuando mis disfraces me obligan a entrar en la iglesia. Pero no es el Prontuario de la Misa, sino una obra de mi amigo Jenofonte, titulada Agesilao. La estimo en mucho porque en ella escribió una invo-