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Página:La Primera República (1911).djvu/283

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mujeres que estaban haciendo calceta en el quicio de un portalón cerrado. Dijéronme que la escuela grande se había convertido en almacén de harinas, arroz, bacalao y otros artículos, para el suministro de la Plaza en caso de que le pusieran cerco los condenados centralistas. Las señoras maestras habían desalojado el edificio, llevándose los trebejos de enseñar, mapas, tinteros y la mar de libros.

En esto vi que por angosta puertecilla de un callejón cercano salía una señora con manto negro, en la cual reconocí a Doña Aritmética. Llevaba en sus manos un lío de ropa y un fajo de papeles y cuadernos. No consideré prudente detenerla y hablar con ella, y la seguí a discreta distancia, en conserva, como dicen los marinos... Traspuso la dueña la puerta de San José. La dirección que tomó luego indicome que iba hacia Santa Lucía. Como no miraba hacia atrás y además iba y venía mucha gente por aquellos lugares, pude espiar su ruta fácilmente.

Pasó la dueña por delante de la casa en que yo cené con Mariclío; metiose después en angosta travesía, por donde pasó a una calle de mediana anchura, tortuosa y con altibajos, de caserío desigual, mezquino y pobre. Plebe lastimosa se veía en las puertas o divagaba por un suelo que sin duda fue empedrado y desempedrado por los demonios.

Adelantando en la calle, oí el tintineo vibrante de los martillos sobre el yunque...