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Página:La Primera República (1911).djvu/57

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mano. Toda la noche estuve llora que te llora. En fin, ya me estás perdonando; pronto, pronto...».

Balbuciente le di las gracias; aseguré que no le guardaba rencor, y quise abreviar la entrevista con el pretexto de ocupaciones perentorias en mi casa. Pero ella hizo presa en mi brazo, tirando de mí hacia la plaza del Ángel. Tanto como sus tirones me redujeron a la obediencia sus tiernas palabras: «No, Tito; ya que he tenido la suerte de encontrarte, no te suelto. Hazme el favor... ea, no seas tonto. No me desaires... ¡Mira que...! Acompáñame un ratito al café de San Sebastián. Quiero enseñarte dos artículos que llevo aquí. Son muy vibrantes, ya verás. Ven. En el café están don Santos, Luis Blanc, Antoñete Pérez y otros amigos». Me dejé llevar. La resistencia pugnaría con mi delicadeza y buena educación. Entramos... Heme aquí en la tertulia de aquellos bravos patriotas. Senteme junto a Penélope, que antes de que le trajeran café desenvainó su manuscrito y comenzó a leer. Era una soflama violentísima que titulaba Delirium tremens, y en ella sacudía de lo lindo a los martistas y al propio don Cristino, aplicándoles toda clase de improperios y chanzas mortificantes. A media lectura advertí que Rosa Patria-Penélope habíase apropiado los latinajos que el periodismo de aquella época iba poniendo de moda. Al final de un párrafo, refiriendo las ridículas pretensiones de los señores de la Asamblea Nacional, escribía: ¿Risum teneatis?