mendas. Vendrá el barrido de toda esta pillería que quiere dividir a España en cantones con autonosuyas y el pato comunicativo y burrateral. Ponte en salvo, Tito, que ya los buenos se han cansado de aguantar tantos ultrajes y locuras... Por humanidad te aconsejo que prevengas también a los de arriba, al Pi, al Figueras y demás diablos que quieren traernos acá el Infierno; díselo también al borrachín de Estévanez. Que se oculten, que se metan en la carbonera o escapen a correr... La sarracina será tal, que si los leales cogen a los pájaros gordos del arrastrado federalismo les machacarán de firme, y el pedazo más grande que quede de ellos será de este tamaño...».
Solté yo la risa, no sin pensar que detrás de aquellas imbecilidades bullía tal vez una maquinación verdadera, un nuevo plan o postrer esfuerzo de los desesperados martistas. Ya sabía yo que la viuda boyante estaba en estrechas relaciones con la cimbrería. Una hermana suya, a la sazón estanquera, sirvió algunos años en casa de Sardoal, y su primo Filiberto Gil mandaba una compañía de los Milicianos tildados de monárquicos. Algo le contaron a mi amiga, algo de proyectada conjura o bullanga llegó a sus oídos, y ella lo abultó con su disparada imaginación y criterio chabacano. Afecté credulidad para inducirla a que me diese más detalles. Pero se limitó a decirme que no le pidiera más claridad: su deber era prevenirme para defender mi vida, y no revelar planes que había sabido