pionaje en las inmediaciones del hotel del Duque de la Torre, calle de Serrano. Tan bien desempeñó el ojeo encomendado a su sagacidad, que no se le escapó ningún personaje de los que acudieron al misterioso concilio en la morada del Duque.
Por el mismo orden con que les vio entrar los fue citando Virgilio en nuestro cenáculo tabernario. Helos aquí: los ayudantes del General, O'Lawlor y Ahumada, el Conde de Valmaseda, Topete, Letona, Baldrich, Bassols, Gándara, Gasset, Ros de Olano, Caballero de Rodas. Del elemento civil fueron Borrego, Albareda, y otros que a mi parecer iban en representación de Sagasta, Martos y Rivero, los cuales se quedaron achantaditos en sus respectivas casas viéndolas venir. Oída esta cáfila de nombres, tan sonoros como vacíos, todos los presentes celebraron con mayor ingenuidad la victoria federal contra tal piña de pomposos y coruscantes figurones.
En el resto de la noche fueron llegando otros amigos de las Milicias Republicanas. Entre ellos Balbona (Tachuela), Cantera (Cojo de las Peñuelas), Santiago Gutiérrez (el Pasiego), uno de los Quintines, y más y más. Enaltecida hasta las nubes la importancia de la victoria, hiciéronse lenguas de la generosidad de los vencedores. La sangre no enrojeció las calles; nadie fue molestado; los llamados prohombres, que en el Congreso hicieron cuanto podían para aplastar la República, fueron conducidos a sus casas con refinada cortesía y miramiento; los espadones que se