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Página:La Primera República (1911).djvu/98

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En esto vino el estruendo final de la chispeante función de fuegos artificiales. Don Estanislao Figueras, enojado por la frialdad de Pi y Margall en una entrevista que ambos tuvieron, cogió el tren sin decir nada a nadie, y de un tirón se plantó en Francia. Inaudito suceso, caso de flagrante deserción que nadie pudo explicar en aquellos días. ¿Qué motivó esta fuga? ¿El hastío, el miedo, la convicción de la vacuidad bullanguera de las Constituyentes? De todo hubo un poco; pero ninguna de estas razones pudo absolver al Presidente de su insana conducta. ¡Qué chasco nos dio, a cuantos verdaderamente le amábamos, aquel hombre tan entendido, ingenioso y simpático! Fue orador insigne, y en su carácter la vivacidad y exquisito trato llenaban el espacio que dejaba vacío la falta de entereza. Doy a este breve juicio un sentido necrológico, porque aquel día murió políticamente don Estanislao Figueras.

Hasta pasadas veinticuatro horas no se tuvo noticia cierta de la fuga del que había sido figura eminente de la primera República española. La estupenda nueva partió del Banco Azul; corrió los escaños con hondo murmullo; subió a las tribunas; propagose con eléctrica velocidad por todo el edificio. Del estupor que sentí ante suceso tan grave, que era el mayor descrédito de la Causa, me puse malo. Al despedirme de mis amigos en la Tribuna de la Prensa, no podía tenerme en pie. Salí tambaleándome, y al llegar a la escalera, asaltó mi alma un horroroso pánico