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CAPÍTULO VIII.

que los muertos, ó gentes que no tienen la vida de la fé, entierren á sus muertos [1].

23 Entró pues en una barca acompañado de sus discípulos;

24 y hé aqui que se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las ondas cubrían la barca, mas Jesus estaba durmiendo.

25 Y acercándose á él sus discípulos, le deSpertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Díceles Jesus: ¿De qué temeis, oh hombres de poca fé? Entónces puesto en pié, mandó á los vientos y al mar que se apaciguáran, y siguióse una gran bonanza.

27 De lo cual asombrados todos los que estaban allí, se decian: ¿Quién es este, que los vientos y el mar le obedecen?

28 Desembarcado en la otra ribera del lago en el pais de los gerasenos [2], fueron al encuentro de él, saliendo de los sepulcros [3] en que habitaban, dos endemoniados tan furiosos que nadie osaba transitar por aquel camino.

29 Y luego empezaron á gritar, diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, oh Jesus Hijo de


  1. Es una frase proverbial, en la cual, por la elegante figura que los griegos llaman antanáclasis, se repite una misrna voz en una cláusula, pero en un sentido diferente.
  2. Gergesenos ó gadarenos
  3. Véase Sepulcros, Endemoniados.