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CAPÍTULO V.

19 Mas el ángel del Señor abriendo por la noche las puertas de la cárcel, y sacándolos fuera, les dijo:

20 Id al Templo, y puestos allí, predicad al pueblo la doctrina de esta ciencia de vida.

21 Ellos, oido esto, entraron al despuntar el alba en el Templo, y se pusieron á enseñar. Entre tanto vino el pontífice, con los de su partido, y convocaron el concilio, y á todos los Ancianos del pueblo de Israél, y enviaron por los presos á la cárcel.

22 Llegados los ministros, y abierta la cárcel, como no los hallasen, volvieron con la noticia,

23 diciendo: La cárcel la hemos hallado muy bien cerrada, y á los guardas en centinela delante de las puertas; mas habiéndolas abierto, á nadie hemos hallado dentro.

24 Oidas tales nuevas, tanto el comandante del Templo, como los príncipes de los sacerdotes, no podian atinar qué se habria hecho de ellos [1].

25 A este tiempo llegó uno y les dijo: Sabed que aquellos hombres que metísteis en la cárcel, están en el Templo enseñando al pueblo.

26 Entonces el comandante fue allá con su gente, y los condujo sin hacerles violencia, porque temian ser apedreados por el pueblo.


  1. Los grandes males que ocasionan los que entran en empresas, ó injustas ó imprudentes, provienen siempre de no querer reconocer su error. Se tiene vergüenza de mudar de opinion: no se quiere confesar que se duda, se pasa la vida deliberando, y entre tanto los males crecen y la muerte viene. S. Joann. Chrysost. in Evang.