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II

Desde los tiempos del segando cardenal de Borbón, era el señor Ésteban Luna jardinero de la catedral, por derecho que parecía vinculado en su familia. ¿Cuál fué el primer Luna que entró al servicio de la Santa Iglesia Primada? El jardinero, al hacerse esta pregunta, sonreía satisfecho, y sus ojos miraban á lo infinito, como queriendo abarcar la inmensidad del tiempo. Los Luna eran tan antiguos como los cimientos de la iglesia. Habían ido naciendo las diversas generaciones en los aposentos del claustro alto, y cuando el ilustre Cisneros aún no había construído las Claverías, los Luna vivían en las casas inmediatas, como si no pudiesen existir fuera de la sombra de la Primada. A nadie pertenecía la catedral con mejor derecho que á ellos. Pasaban los canónigos, los beneficiados y los arzobispos; ganaban la plaza, morían, y otro al puesto; era un desfile de caras nuevas, de señores que venían de todos los rincones de España á sentarse en el coro para morir años después, dejando la vacante á otros advenedizos; y los Luna siempre en su puesto, como si la antigua familia fuese una pilastra más de las muchas que sostienen el templo. Podría ser que el arzobispo que un día se llamaba don Bernardo, se llamase al año siguiente