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PRÓLOGO

mano, la impotencia, la ineficacia de aquellas divinidades imaginarias. Grandioso unas veces, sagaz otras, escolástico no pocas, entre sus innumerables argumentos de detalle los hay más ingeniosos que sólidos, más impresionables que exactos, más llenos de agudeza y de ironía que luminosos y decisivos. A sus ad versarios, los grandes teólogos del paganismo, Scévola, Varrón, Antistio Labeón, les prueba que el verdadero principio de sus creencias es el panteismo materialista, la adoración de la Naturaleza, la idolatría de la carne, y dirigiéndose á los discípulos de Plotino y Porphyrio, distingue dos especies de filosofía: la filosofía de los sentidos, que rechaza, y la filosofía del espíritu, que acepta y enaltece. Combate con sus antiguos amigos los platónicos, demostrándoles que la verdadera religión, la más de acuerdo con sus principios filosóficos no es la pagana, hija de la carne y de los sentidos, sino la que adora á Dios como espiritu y fuente de toda verdad. Esta polémica insinuante, vehemente, sutil, apasionada, pero siempre leal, se encamina á demostrar la alianza necesaria de la filosofía espiritualista y del cristianismo.

Veamos cómo se forma gradualmente en el ánimo de San Agustín este gran pensamiento que domina toda su vida, y que, apareciendo á intervalos en sus diversas obras, tiene su gran desarrollo en La Ciudad de Dios.

Sabido es que antes de ser cristiano fué San Agustín maniqueo, y que la lectura de los filósofos platónicos contribuyó grandemente á apartarle de las ilusiones y de los errores de su juventud. Diez y nueve años contaba, y vivía en Cartago devorado por las pasiones, compartiendo el tiempo entre placeres sensuales y el estudio de la literatura y de la elocuencia, como medio de realizar su ardiente deseo de gloria, cuando cayó en sus manos uno de los libros de Cicerón, el Hortesio, en el que expone Marco Tulio los diferentes sistemas filosóficos, sin mostrar preferencia