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La ciudad de Dios

monios el derramar y esparcir algo más de lo regular las aguas, y para templar su enojo, dice este mismo autor que los atenienses castigaron á las mujeres con tres penas: la primera, que desde entonces no diesen ya su sufragio en los públicos congresos; la segunda, que ninguno de sus hijos tomase el nombre de la madre; y la tercera, que nadie las llamase ateneas. Y así aquella ciudad, madre de las artes liberales, y de tan—tos y tan célebres filósofos, que fué la más insigne é ilustre que tuvo Grecia, embele cada y seducida por los demonios con la contienda de dos de sus dioses, el uno varón y la otra hembra, por una parte, á causa de la victoria que alcanzaron las mujeres, consiguió nombre mujeril de Atenas, y por otra, ofendida por el Dios vencido, fué compelida á castigar la misma victoria de la diosa vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las armas de Minerva, porque en las mujeres así castigadas, también fué vencida Minerva, hasta el punto de no poder favorecer á las que habían votado en su favor, para que ya que habían perdido la potestad de poder votar en lo sucesivo, y veían excluídos los hijos de los nombres de sus madres, pudiesen éstas siquiera llamarse ateneas, y merecer el nombre de aquella diosa á quien ellas hicieron vencedora con sus votos contra un dios varón. De donde se deja conocer bien qué de cosas pudiéramos decir aquí, y cuán grandes, si la pluma no nos llevara de prísa á otros asuntos.



CAPÍTULO X

Lo que escribe Varrón sobre el nombre de Areopago y del diluvio de Deucalión.


Marco Varrón no quiere dar crédito á las fabulosas ficciones en perjuicio de los dioses por no indignarse