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Allí, en los barrios mas pobres de Santiago, hacinados en “conventillos”[1], las familias españolas, con el sueño y las esperanzas rotas en mil pedazos, deben sobrevivir con salarios de 3 pesos diarios, trocando el “dorado faisán de la emigración” por unas escuetas lentejas en plato de latón – a 50 céntimos el kilo – y mojar pan – a 60 céntimos el kilo – en la cada vez más desleída sopa boba de la esperanza.

Queda ciertamente demostrado que la única emigración con algunos visos de éxito seguía siendo la tradicional “emigración de llamada”. Aquella que presupone la instalación previa en el país de un “adelantado” o un grupo familiar que se asienta y, tras alcanzar un relativo éxito, tiende la mano a los parientes del otro lado del océano.

Catalans en fora

És un fet evident que,
com només és té una mare,
també es té només un país nadiu

En la década de los ’20, coincidiendo con el renacimiento del catalanismo y del ascenso fulgurante del sindicalismo revolucionario en Catalunya, los catalanistas criollos se hacen con la directiva del Centre Catalá de Santiago, desde donde brindan apoyo y cobijo a sus paisanos. A tal punto, que la representación diplomática española solicita al Presidente Arturo Alessandri poner coto a la encendida oratoria de los separatistas locales. La respuesta del León de Tarapacá fue: “aquí la libertad de la prensa y la de la emisión del pensamiento son omnímodas”. Ante lo cual, imagino, el Excelentísimo Señor Embajador debió quedarse más bien atónito, por no decir un tanto turulato. Sin embargo, no obstante esa suerte de bofetada retórica, las autoridades chilenas se las ingeniaron para desmantelar, en la medida de lo posible y de una forma harto pintoresca, los mítines de los catalanistas: los hacían coincidir con presentaciones de la banda de música municipal que, con su estruendo de vientos y percusiones, transformaba a los fogosos oradores en actores de una película muda.

La Embajada Española tenía claramente identificados, al menos, a tres de sus máximos líderes. José Abril, dueño de una confitería. Jesús Palou, camisero. Y un señor de apellido Godo, encargado de la publicación “Germanor”[2] que, en sus ratos libres, tocaba el violón.

En 1928, ante el anuncio de la visita de Francesc Maciá a Chile y la convocatoria del Centre Catalá para ir a recibirlo a la Estación Mapocho, las

  1. Viviendas similares a una “corrala” donde se alquilan habitaciones con derecho a cocina y servicios higénicos comunes situados en el patio
  2. La revista Germanor, se publicó desde el 1º de septiembre de 1912 hasta el 30 de diciembre de 1951, constituye la manifestación más significativa de la literatura catalana del exilio en Chile
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